Un trabajo bien hecho

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Cada mañana atraviesan, sin perder el entusiasmo, una puerta azul que separa la vida de luces, de la vida de sombras; la vida real de la de los sueños rotos. 

Para quienes no estamos acostumbrados, qué fuerte suena escuchar cómo revisan las armas, en esa rutina normal de las servidoras que ejercen la vigilancia, custodia, atención social y tratamiento de las personas privadas de la libertad. O cómo interpretan de manera diferente el encierro, los candados, las requisas, las revisiones, el untarse de tinta el dedo una y otra vez para guardar el control de ingresos y salidas. 

Ver las rejas negras dentro del carro que sale para autorizar el ingreso o traslado de mujeres que están llenas de restricciones, porque deben afrontar sus penas, sus errores, los desafíos que impone el encierro definitivo, en el que el paso del tiempo es una lección de esperanza o un momento de recurrente desilusión.

Las compañeras de la fila están esposadas. Si no fuera por esas cadenas que les recuerdan el delito, serían iguales a nosotras: mujeres reales, vistosas, con el cabello milimétricamente acomodado. De lado y lado estamos analizando la vida y aprendiendo de lo que esté pasando en ese universo femenino, tan lleno de sueños, a pesar de.

Sin embargo, cuando se abre la puerta azul de la Reclusión de Mujeres de Armenia y la cédula es el pasaporte de ingreso a un mundo limitado, ahí están la directora Tatiana, o María Fernanda, Yerly, o Beatriz y cada una de las mujeres que habitan este lugar, funcionarias que hacen parte de ese talento humano comprometido con hacer valer una palabra que pocos deseamos experimentar: resocialización.

Este equipo de trabajo atiende con prontitud y profesionalismo, las necesidades de las más de 180 mujeres privadas de la libertad, que completan sus penas en Armenia. 

Son las encargadas de humanizar, y a fe que lo logran, de dar luz en medio de la oscuridad.  Lo hacen con disciplina, con vocación, con humanidad, entregando lo mejor de sí para que cada una de ellas viva su proceso y pueda llevarlo a feliz término, con un aprendizaje real y renovador.

Se han acostumbrando al positivo o negativo comportamiento de cada una de ellas, y también al tono mayor y al ruido que viene del patio, en ocasiones, a un paso ágil o lento del tiempo, así como a las ganas que muchas veces tienen ellas de hablar, a pesar de que hay que guardar la distancia y respetar la normatividad. 

No dejan de ser mujeres solidarias con las demás, a pesar de que las separe la normatividad, el uniforme, el cargo administrativo. En este ambiente absolutamente femenino, hay tiempo para arreglarse, para mostrar la mejor faceta, para conocer qué hay detrás de cada mujer que privada de la libertad, sigue soñando con un mundo mejor, porque ese mundo no termina en los barrotes. 

Es un equipo de trabajo empático, que usa la comunicación como la mejor heramienta para entederlas, además de promover la oportuna ocupación del tiempo libre en procesos de educación y cultura que se desarrollan en el interior del penal.  Son mujeres capaces de hacer cumplir la norma, pero con un grado de humanidad que produce un acercamiento natural y positivo, que hace más llevadero el encierro. 

Son un grupo de servidoras que gracias a su trabajo en equipo, conviriteron la reclusión en el tercer centro carcelario de Colombia en ser acreditado internacionalmente por la Asociación  Correccional Americana, ACA, por ser un buen referente de la dignidad y defensa de los derechos humanos para las privadas de la libertad.

En la actualidad, 3 centros de reclusión colombianos se encuentran acreditados por sus estándares en el manejo de espacios y procesos, una de ellas, la Reclusión de Mujeres de Armenia. El reconocimiento lo entrega la ACA, asociación que acredita a más de 900 prisiones, cárceles y demás instalaciones correccionales en Estados Unidos y el mundo.

El reconocimiento se lo ganan porque destacan la tranquilidad y el compromiso del personal.  Lo comprobamos nosotras, en el proyecto Las Musas, Laboratorio de Mujeres para la Libertad. Cruzamos la puerta azul y sentimos siempre el compromiso de quienes siempre están en función de generar mejores condiciones de vida, para que en el aprendizaje de Luz Idalba, Camila, Alexandra, Natalia, Sandra, Aracelly o Paula y sus compañeras, se siembre la semilla de una mejor sociedad. 

Aquí cada día se pierde para siempre.  Pero ahí están las funcionarias, ,las mujeres que saben que no es fácil trabajar en un mundo tan sórdido, pero entregan todo antes de ir a casa y valorar la libertad.

Gracias a sus buenos oficios, a su formación, a las ganas de hacer de ese escenario un lugar más cálido y menos rudo, es que se revive el espíritu de las musas. De lado y lado hay mujeres listas para sonreir, ganarse el aprecio, valorar los elogios, apreciar la belleza y dejar en el mundo una gran reflexión sobre la libertad femenina. 

Gracias por un trabajo bien hecho.

Nota: Gratitud especial a un hombre que con su sensiblidad y carisma, trabaja de la mano de todas estas musas para que los procesos pedagógicos y sociales valgan la pena: Leonardo Yepes Agudelo, líder del área educativa de la Reclusión de Mujeres de Armenia.

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