La vida en una maleta

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Luz Mary Ospina, madre de Alexander Marín Ospina, guarda la esperanza de mejorar su vida, de sanar las heridas, de avanzar en la búsqueda de lo que se propone en su beneficio y el beneficio de muchas otras personas afectadas por el secuestro en Colombia.

La vida de Luz Mary Ospina Zapata es un viaje en suspensión temporal. Un recuerdo desacelerado en una maleta oscura que abre y cierra por temporadas, que cambia de ubicación y remueve algunas veces de debajo de su cama, como si el espacio físico renovado pudiera borrar las cicatrices de su alma.

Luz Mary conserva la sabiduría del pasajero. Se le nota en esos grandes y bondadosos ojos verdes que dejan ver por ratos su alegría y disposición para la vida, que reflejan algo de fe en el futuro, a pesar de que lleva más de dos décadas en ese trance.

Cumple 65 años en diciembre.  Recuerda perfectamente el 4 de agosto de 1998, día en que guerrilleros de las Farc atacaron la base antinarcóticos de Miraflores, Guaviare, a 150 kilómetros de Armenia, en un enfrentamiento que duró más de 20 horas y dejó 9 uniformados muertos, 10 heridos y 22 desaparecidos.

Entre los sobrevivientes que no lograron escapar y fueron secuestrados por el grupo insurgente, estuvo Jhonny Alexánder Marín Ospina, su hijo de 18 años recién ingresado a la Policía.

Esa noche, sin imaginarlo, Luz Mary inició un viaje emocional que le dejó grandes enseñanzas, pero también dolores, desconsuelos, pequeñas victorias y una promesa futura por saldar. 

La tristeza la engordó y a veces la sumerge en unas horas que quisiera borrar de tajo, hasta que súbitamente recuerda que las demás mamás, compañeras solidarias de cautiverio, notaron su liderazgo, nobleza y fuerza para defender las familias, gracias al rol desempeñado en la Asociación Colombiana de Familiares de Miembros de la Fuerza Pública Retenidos y Liberados por Grupos Guerrilleros, Asfamipaz. 

Antes de pertenecer a este grupo, fundado por familiares de miembros de organismos de seguridad víctimas del secuestro para buscar la reparación integral y la concreción de una paz incluyente, no sabía que tenía tanta fuerza para luchar por sus hijos y los de las demás. 

20 años después habla como abogada, como sicológa, como aprendiz de todos los términos que permiten la pluralización de los relatos de memoria histórica, para que el presente no nos deje olvidar las luchas que enfrentamos como colombianos en la búsqueda del perdón y la reconciliación.

Transcurrieron 34 meses, 35 días, la triste pérdida de otro hijo en el terremoto, y la carga de una maleta armada con nostalgias, antes de la liberación de Jhonny Alexánder, el 28 de junio de 2001, en la base militar de Tolemaida.

También pasaron 76 viajes a distintos lugares del país luchando por su liberación; visitas y protestas en el Congreso de la República; recurrentes noches durmiendo en San Vicente del Caguán, la zona de distención en la que las familias eran recibidas por la guerrilla; la toma a la iglesia del 20 de Julio en Bogotá, en la que vivieron tres meses; incontables lágrimas sin asistencia psicológica y charlas posteriores con los liberados para conocer sus nuevos delirios y su forma de adaptación a la vida.

Pasaron días en los que al fin llegaron algunas pruebas de supervivencia que la llenaban a ella, a su hija Luisa y a la abuela Luz Dary, de una esperanza férrea por el reencuentro. La recibieron 5 meses después, el 11 de enero de 1999, año que marcó la memoria de los quindianos por la ocurrencia del terremoto del Eje Cafetero. Una foto instantánea les mostraba a Jhonny en medio de la selva, pero les sembraba la desconfianza, esa forma en la que aparentemente escribía el mensaje. No era la letra de su hijo.

Algo le decía a Luz Mary que no correspondía a la realidad de Jhonny, por lo que su intuición la llevó de nuevo al sur de Colombia. En ese viaje por la selva, tristemente afrontó la impactante noticia de la ocurrencia del terremoto del 25 de enero, en el que perecieron varios familiares suyos, incluido su hijo Hernán Darío.

Con dolor, se secó las lágrimas y volvió a entender que la vida le ponía pruebas para armarla de valor, porque los hijos valen oro, se buscan, se luchan y se defienden, pase lo que pase.  En duelo permanente continuó en la búsqueda de Jhonny, y mientras tanto, guardaba todo en la maleta que sigue viviendo con ella debajo de la cama.

Abrirla es olfatear el pasado. Las camisas usadas huelen a selva y los mensajes escritos con marcadores en esas telas, todavía reflejan esperanza.  Está el lazo con el que los secuestradores amarraron a Jhonny por mucho tiempo, la ropa y un álbum fotográfico con portada de flores, que página tras página corroe su mente, aunque en ocasiones le permite sanar las heridas, al releer los momentos que la llevaron a ser la mujer que es hoy.

Luz Mary se ha perdido conocer el presente, porque anhela el futuro de la reparación.  Jhonny hace su vida lejos de ella, con una nueva familia, con reproches que aún analizan, en silencio, de lado y lado, porque siguen siendo parte de las heridas de la guerra. Pero su corazón de madre está intacto.

Luz Mary guarda en su maleta de recuerdos las conexiones con la mujer que fue y las reflexiones de aquella que descubrió en el proceso.  La que trabaja desde el Quindío por la justicia y la reparación colectiva a través de Asfamipaz; la que ya no tiene remordimientos; la que defiende los sollozos de su hija Luisa, porque es su gran motivo de vida, esa voz solidaria y afectuosa que la compensa en las noches de angustia. Luz Mary es la mujer creyente que dice en voz alta que encima de Dios no habita nadie; y la que habla con desparpajo y algo de melancolía de su propia supervivencia y sanación.

Debajo de la cama está la maleta de los recuerdos, el viaje suspendido, el futuro congelado, el miedo a perder el equipaje, pero también la historia de vida de una mujer que lloró el secuestro de un hijo hasta lograr su liberación. La mujer que se reencontró con ella misma regresando a su propia vida, despojándose de falsas ilusiones y cubriéndose con el verdadero manto del poderoso instinto y la sabiduría.

Para la vida, lejos de esa maleta, para la verdadera vida, ambas pasajeras tenían que vivir.

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