La sutil fuerza de Marleny
Marleny Zabala

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Marleny Zabala se levanta y trabaja todos los días convencida que los resultados del esfuerzo se verán reflejados en la retribución a unos daños causados por diferentes actores ilegales armados y que nunca serán revictimizados.

Hay tres días en la vida para los que no nació Marleny Zabala: el día del destierro, el día para dejar de soñar y el día de darse por vencida.  Sus batallas y logros se cuentan y multiplican por tres, aunque en algunos, unos pocos episodios de su vida, la cuenta está saldada.

El primer despojo al que se enfrentó ocurrió cuando, con 11 años y siendo la mayor de siete hermanos -el más pequeño tenía ocho meses-, huyó de su casa materna. Su madre, Rosaura Duque, murió y Marleny vio cómo el lugar se llenó de parientes y amigos que llegaron con el rumor según el cual los hijos de Rosaura serían regalados. Llena del valor que desde entonces nunca le falta reunió los niños y caminó con ellos por las montañas de la vereda Las Samarias, en el oriente de Caldas, hasta la casa de su abuela. “Hoy cuando hago el recorrido serán apenas 30 minutos, para nosotros en esa época fue como medio día de camino”. Con su abuela hubo refugio y cuidado por un tiempo.

Años después, un nuevo destierro llegó. Marleny y una de sus hermanas fueron llevadas a Medellín, y recluidas en un internado ubicado entre las torres Pichincha y Bomboná. El encierro hizo que reafirmara el anhelo por volver a la tierra, al campo y allí ver a sus paisanos. Pasó el tiempo justo para salir de la ciudad y retornar a Berlín, su pueblo y el de su gente en Caldas.

De nuevo en casa y con la ayuda de profesionales venidos de Europa y África ayudó a montar una escuela, un centro de salud, y con sus vecinos crearon una organización campesina en la que aprendieron que esa tierra daba más que plátano y fríjol. Sin embargo, la fuerza del conflicto armado, como en todo el país, también allí se hizo sentir y esa ‘mano negra’ que impartía justicia a su manera la puso en la mira. Marleny ya se perfilaba como una líder y pocas horas tuvo para salir y dejarlo todo de nuevo.

Se fue a Manizales, cursó su bachillerato por radio, trabajó en lo que pudo, estudió enfermería y sin resignarse al destierro retornó. No hubo quien la reconociera y con profundo dolor vio cómo muchos de sus vecinos abandonaron las tierras por cuenta de la disputa entre grupos armados. Reafirmó su intención de luchar por recuperar lo perdido, pero tendría que ser lejos de allí. Las amenazas de otros tiempos persistían.

Sin muchos recursos económicos, pero con la fuerza de su espíritu y el amor que le sobra por la gente, se ocupó en varios oficios de la mano de una comunidad religiosa que le abrió el corazón y fortaleció su fe. Sus días transcurrían en labores para ayudar en el cuidado y orientación de niños, niñas y jóvenes que se quedaron huérfanos de amor y terminaron en la calle. Ella tuvo la osadía de reabrir para ellos una biblioteca en una institución pública en Bogotá, y leyó mucho y cuenta que tres libros marcaron ese tiempo: ‘Hansel y Gretel’, ‘El perfume’ y ‘El libro de los inventos’. “Esos eran los que más les gustaban a los niños, creo que ayudaban a mitigar el miedo en sus vidas”.

Fueron quince años de trabajo y para la época tenía claro que serían tres sus sueños y ya empezaba a cumplirlos: estudiar, entender cómo funcionaba lo público para crear una organización comunitaria de economía solidaria e ingresar a una comunidad religiosa. Además del bachillerato y sus estudios de enfermería, planeó dedicarse al estudio de áreas relacionadas con la economía, agricultura y democracia. Con la comunidad religiosa trabajó y aunque no vistió el hábito, le sobró voluntad, vocación y austeridad. “De las religiosas admiro tres cosas: quieren lo que hacen, no malgastan los recursos y no hacen daño”. Otro tres que suma en su vida.

Ella, una mujer que no olvida, no omite detalles cuando recuerda esos tiempos, hace ya más de tres décadas. Hoy siente que esa lucha ha sido el motor de su existencia y le sobran herramientas en la batalla que ha dado para que la tierra vuelva con justicia a quienes la han trabajado. Por eso, lejos del caos y el correr de la ciudad grande, llegó a Armenia donde, entre sus clases en la universidad y el trabajo en terreno, conoció el drama de otras mujeres como ella que, desplazadas, pero no derrotadas, están dispuestas a recobrar su territorio y hacer respetar su dignidad.

Marleny es una de las líderes de la Asociación de Mujeres Multiétnicas y sus Familias Retornando, Asmufare, organización de mujeres indígenas, campesinas y afrodescendientes y sus familias, que funciona bajo tres enfoques: procesamiento de alimentos, construcción en guadua y un vivero integral. Más tres.

El ecoasentamiento multiplicó las tareas, los logros y también los enfrentamientos de Marleny con quienes creen que su compromiso y el alcance de sus acciones resultan inapropiadas en un país donde cada vez es más fácil apropiarse de la tierra. Se han instaurado contra ella y la organización a la que pertenece más de 15 procesos administrativos y esas amenazas que parecían cosa de tiempos remotos siguen ahí.

Su tenacidad y valor también persisten y se para firme ante las situaciones que vulneran sus derechos y los de la comunidad. Ese espíritu férreo lo forjó en sus viajes por Colombia, en su compartir con gentes de la selva y la montaña, con sus vuelos que anhelan libertad, porque la lucha no termina, y con la lectura y las enseñanzas de tres libros a los que vuelve constantemente y que marcan su ruta: ‘Juan Salvador Gaviota’, ‘Volar sobre el pantano’ y ‘Los cuatro acuerdos’. Todos le han dejado grandes recompensas en el alma, ¿dónde si no?

Cuando habla, con voz templada y suave, y hace balances, aunque es muy pronto para ello, rompe la regla de tres. Hay un cuarto sueño que empezó a tomar forma: crear una empresa de interés colectivo, donde todos puedan trabajar la tierra y las ganancias se repartan por igual, la describe como una escuela agroecológica que ya comenzó actividades en la cordillera quindiana y como no podía ser de otra manera las veredas escogidas fueron tres.

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