Sol solecito
Sandra Solarte

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La mujer que tiene una misión por cumplir, y por ahora, debe ayudar a las internas de la reclusión de mujeres de Armenia, a que como ella, cumplan también sus sueños. A golpe de ausencias y en la tarea de descontar días para lograr su libertad, le tocó ser maestra y tiene claro que en el lugar donde está, la maestra es la vida. Proyecto de la Fundación Arte-Cultura.

Sandra Solarte sueña con ser la dueña de un restaurante especializado en arroz paisa. Lo tiene todo claro en su mente y en su quehacer: sabe cómo se administra el sitio y cómo interactuar con el personal; es muy hábil para atender los clientes a la mesa, no se descuadra en la caja, conoce los secretos de la receta y su preparación en insuperable. Y aunque parece real, el sueño debe esperar porque como el buen arroz, debe cocinarse a fuego lento.

Sandra tiene una misión por cumplir, y por ahora, debe ayudar a que otras como ella cumplan también sus sueños. A golpe de ausencias y en la tarea de descontar días para lograr su libertad le tocó ser maestra, y tiene claro que el lugar donde está la maestra es la vida.

Su escuela es un patio abierto a la luz del día. En su salón no hay tablero, ni pupitres, tampoco horario ni cartelera con recordatorios de evaluaciones, actividades pendientes o el afiche que destaca los mejores trabajos de los estudiantes. Su lugar de trabajo es la esquina de un inmenso solar que sirve de cancha para la práctica de algún deporte de equipo; sus alumnas se sientan en una tribuna de cemento y para ellas es fácil fijar su atención en la profe de figura pequeña, llena de paciencia y seguridad. La maestra parece una buena mujer.

Sandra Solarte es la profe de matemáticas y español y aunque los formalismos le asignaron el cargo de ‘guía’ -para asistir a los docentes en clase-, desde las restricciones que ordenó la pandemia es ella quien asume el papel de los profesores que no volvieron a la cárcel. 

Cada mes, ella recibe las cartillas de trabajo en matemáticas y español para sus alumnas de primero y segundo grado de primaria, a quienes les enseña a leer, escribir, multiplicar y dividir “a sumar y restar no les enseño, porque ellas saben hacer negocios y manejar el dinero”, aclara. Su curso a cargo lo integran las mujeres mayores del lugar, las reclusas que están entre los 40 y 55 años. 

La clase comienza a la 1:30 de la tarde. Sus estudiantes llegan al patio bajo la custodia de la guardia de turno. Se saludan, abren los cuadernos, preguntan por la revisión de las tareas y se exponen algunas dificultades para el desarrollo de los contenidos. Sandra atiende cada solicitud con mucha gentileza y entre una respuesta y otra muestra el material que prepara para cada clase. “Yo misma elaboro las letras, los números, las palabras y las frases. Eso me hace sentir útil”.

Para algunas de ellas Sandra no es la profe Solarte, de manera muy cariñosa la llaman ‘Sol Solecito’ por su amabilidad, paciencia y calidez, lo que es ganancia en un lugar donde el sol se ve apenas dos o tres horas al día. 

A ella, que es el sol para muchas, le toca armarse de paciencia para que sus estudiantes aprendan a combinar la ‘rr’, la ‘x’, la ‘w’, ‘p’ o la ‘s’ con las vocales; a veces también debe aclarar las confusiones entre los usos de la ‘b’ y la ‘d’ y hasta debe lidiar con sus formas de ser, “estar aquí no es fácil y los días no son alegres, por eso muchas llegan de mal genio o no se sienten bien en clase; a veces hay grosería, pero todo se soluciona con calma porque este no es un sitio para agobiar más el encierro en el que estamos”.

No es sencillo. Nunca se imaginó en labores pedagógicas, aunque su papel de maestra le fue otorgado por obra del amor el día que supo que sería mamá. Mientras pudo compartir con su hijo, Nicolás Sneider, hoy de ocho años, le enseñó a hablar, a caminar, a tomar su mano, a comer, y todo aquello que, producto de la ternura, hace que las mamás sean maestras de vida. 

A Nicolás no lo ve hace casi cuatro años y es su mayor motivación para salir del lugar que la priva de su libertad, al que llegó por cuenta por esas cosas de la vida, de la gente y de la ingenuidad…

Por eso decidió participar como guía pedagógica para otras reclusas como ella. Allí su buen comportamiento le ayuda a reducir tiempo en su condena, le proporciona conocimientos que no imaginó adquirir y la obliga a ocupar sus días y sus horas, porque el ocio es el peor enemigo. No hay lugar ni espíritu para la contemplación. 

Cuando no está en sus tareas de profesora le gusta participar en las actividades de los talleres de confección de muñecos. ‘Sol’ es muy buena en la elaboración de figuras infantiles en suavetina o venus, las telas afelpadas que se ajustan a sus diseños. También en eso es muy buena para enseñar, les indica a sus compañeras de taller cómo elaborar patrones de manufactura precisos y cómo lograr peluches perfectos. La última de sus creaciones es un dragón fucsia de 70 centímetros que su mamá se llevó para rifar entre vecinos y amigos.

Cuando habla de la vida al otro lado de las puertas del penal, Sandra recuerda los tiempos junto a su padre y hermanos, la época cuando la llevaban al río, los días de Navidad, su primer novio y sus días de escapadas del colegio junto a él que es el padre de su hijo. Reconoce en su padre, Héctor Solarte, una figura amorosa y trabajadora, que la apoyó en todo momento, aun cuando ella tuvo miedo de decirle que estaba embarazada. 

Gracias a ese apoyo logró terminar su bachillerato y matricularse en un curso de comida y coctelería en el Sena, por eso, aunque trabajó en almacenes de ropa, en cacharrerías y en un depósito de muebles puliendo sillas y mesas, terminó en una cadena de restaurantes que se especializa en preparación y venta de arroces combinados, propiedad de un hombre muy joven que de a poco logró ser el dueño de varios locales en Armenia y otros municipios.

Ese es un ejemplo a seguir, dice llena de ilusión. Ahora quiere aprovechar la oportunidad de estudio que le ofrecen en el centro penitenciario, se inscribirá en un curso técnico para ser administradora de negocios, porque ahí están las bases en contabilidad que lo le hace falta para lograr el sueño de tener su restaurante, ese que ofrezca, entre otros platos, el arroz paisa. El sueño se mantiene vivo.

Sandra es el ‘Sol Solecito’ para muchas mujeres que ven en ella la luz conocimiento en un mundo que lleno de incertidumbres; es la fuerza de la estrella más brillante en la vida de su hijo Nicolás y es luz propia para iluminar con paciencia la cuenta regresiva de los días que va descontando en un pulso por la libertad. 

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