Nieves, la mamá de María Eugenia Beltrán le enseñó a escribir a los 4 años, antes de entrar a cursar la primaria en la escuela pública de señoritas Uribe Uribe, de Calarcá, Caldas.
Llegó a primero, pero la tuvieron que trasladar para el colegio de las hermanas vicentinas, donde escuchaba las clases, esperaba a sus compañeros y practicaba, entre tanto, punto de cruz.
Así que al terminar la primaria, era ya una andariega adelantada para la época, además con bellos manteles y habilidades manuales que mostraba en cuanta actividad se inventaban las monjas, pues también el voluntariado y el servicio empezaban a hacer parte de su condición de vida.
El arte la perseguía. A los 16 tallaba madera y seguía con sus tejidos, pero a la par, disfrutaba esculcando los huecos que dejaba el movimiento de las máquinas que dirigía su papá, en las obras públicas de las que hacía parte. Quiso, inicialmente, convertirse en antropóloga.
Lo que sí tuvo claro, a pesar de moverse de un lado a otro, pues tuvo el privilegio de estudiar, viajar, de aprender idiomas, fue la necesidad de explorar y conocer sobre el patrimonio, de construir comunidad, de imaginar vecindarios amables. Se hizo arquitecta de la Universidad Piloto, y pronto el alma de andariega se reflejó en sus estudios e investigaciones sobre ferrocarriles, carreteras, cementerios y otras obras.
La historia del arte, los museos, la estética y la belleza, le han permitido mirar las cosas con otros ojos, con otro tono, con la intención de guardar en su memoria la evolución de la civilización.
Como sabe que ésta es cada vez es más frágil, intenta conectar especialmente a sus grupos y estudiantes con el estudio de las herencias, el conocimiento de sí mismos y la protección de nuestra identidad.
Como primera decana de la Facultad de Arquitectura de la Universidad La Gran Colombia, como gerente de Camacol, directora de planeación de una ciudad como Cali, como miembro de la Academia de Historia del Quindío, en su papel de vigía y especialista en planeación urbana, María Eugenia ha sido gestora de grandes procesos que impactan comunidades y transforman realidades.
María Eugenia Beltrán es la andariega eterna, de sonrisa y humor fino, que se nutre de múltiples temas, de espacios nuevos que alimenten las tres vidas que dice tener: arquitecta, investigadora y docente que educa la memoria de los pueblos y la defensa del territorio, la belleza y el paisaje.