La esquina de los libros
Luz Idalba Toro

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La mujer de sonrisa contagiosa y de mente exploradora, que encontró en los libros un pasaporte para la libertad, y en las historias que escribe como bibliotecaria de la reclusión de mujeres, una forma de amar la lectura y dar nuevos pasos, en horas de deliciosa compañía. Proyecto de la Fundación Arte-Cultura.

En la esquina de los libros, la que habita cada noche cuando cierra los ojos y se empeña en ser feliz y en mantener su alma vibrante, allí donde solo parece triunfar la oscuridad, Luz Idalba Toro se siente personaje vivo de todos los libros que ha leído en los últimos tiempos. 

Graba trozos enteros de esas historias en las que se ha empeñado, a contracorriente, porque que sean su pasaporte a la libertad. Esos párrafos que la arriesgan al amor extremo, a la pasión por la lectura que alumbra los enigmas de la vida, que supera la rutina y el lenguaje sórdido de un lugar y un tiempo que pasa solo al ritmo de los demás.

Los años y las páginas de sus mejores compañeros la han llevado a escrutar la realidad de mil maneras, a domarla con letras y con la vistosa sonrisa que la caracteriza, en su condición de condenada por haber estado en otra esquina, en otro tiempo, sabiendo que desde allí se vendían drogas en su barrio, y luego, desde el momento del encierro, como la bibliotecaria de la Reclusión de Mujeres de Armenia.

Luz Idalba no tiene reloj pero sí libros en los que no importa el olor, el color, el tamaño. Son su nave en ese camarote del pabellón en el que su cama es su casa, y las historias, una forma de entender la vida que ocurre con furia, como un abismo del que solo la salvan el amor y el arte como posibilidad creativa del conocimiento, del aprendizaje de nuevas palabras sonoras para su alma, de bálsamo en sus días de pena.

Se nota que antes fue una vendedora de esas persuasivas y directas. Como una gitana dedicada a varios oficios, porque como buena líder en su entorno social, promocionaba rifas, paseos familiares y distribuía el tiempo entre los contratos que cumplía en la administración pública, donde trabajó en el área de salud, siempre en contacto con la gente. 

La vida es tan picante como su tono de cabello y tan feliz como sus expectativas de salir de este encierro. Cuenta los días, sabe que le quedan unos 14 meses para volver a verse con sus grandes tesoros: sus hijos Luis Miguel, Saray, Juliana y Vanessa; sus 5 hermanos solidarios y unidos que no la abandonan, por ser la chiquita, la menor, la de 51; y por supuesto, el amor de su vida, el ‘García’, Didier Alexander, también recluido en un patio de la cárcel de varones, con el que terminó metida en esta corrida desde diciembre de 2018, como coautora y cómplice, según la justicia, y según ella, porque no le cuestionó con más euforia y decisión vender marihuana en esa esquina.

Habla con propiedad de la cronología de sus historias y autores preferidos. La literatura le permite vivir en un terreno que está lejos de los abismos, en los que construye certezas que nadie puede diluirle, cuando la muerte está junto a ella, más de lo que mereciera vivir, cimbrando muy cerca en las historias reales de las demás privadas de la libertad, a quienes orienta para que elijan las páginas que tienen por leer. 

 Aprendió a leer buenas historias en el encierro.  Tenía claro, como afuera, que las mujeres no estamos hechas para hacer oficio y limpiar las casas.  Entonces eligió la biblioteca, o la biblioteca la eligió a ella, para que en medio de ese muladar supiera que como lectores tenemos mil vidas, que todo está a nuestro alcance, y especialmente, que leemos para no volver a estar solos jamás. 

Esos barrotes, que no están en su mente, le han permitido conocer a Guillermo Arriaga, a Héctor Abad, o a Nicholas Sparks. Leer, en dos días, por ejemplo, las 800 páginas de Salvar el Fuego y sentirse tan prófuga del dolor como Marina, la mujer de vida cómoda y sin sobresaltos, que llega a una cárcel y conoce el amor y construye una nueva historia con un condenado a 50 años de prisión por asesinar despiadadamente a su padre.

Las letras convulsionan su mente, pero le devuelven la vida en esta jaula, que habita como Marina o como José Cuauhtémoc, y que le transforman el hoy cuando un corrientazo de palabras le devuelve la fe.

Luz Idalba sabe que el tiempo es repetitivo, pero que ninguno de los días que pasa privada de la libertad es igual al anterior.  Repite siempre que hay que mantenerse bonitas, y guarda el labial y las llaves como cuando salía de repente con su marido, a la esquina a la que está segura, jamás volverá.

Ahora, en sus historias no palpitan misterios ocultos de venganzas y traiciones, sino un fuego con el que renace, un fuego que arde y libera, que la vuelve osada, que le trae nuevas voces y otro manifiesto en el que tiene un final perfecto.

Con su realidad y con sus libros, comprendió que el límite de la muerte y del despojo son como marca sin borrar, como una cicatriz que llega a acariciarse con ternura, que permite recordar la misión de vida y la mágica estructura de la libertad.

A sus hijos les dice que nunca se pierde nada, que solo hay instantes que nos demuestran qué tan capaces somos de arriesgar, qué tanto fuimos hambre de vida cuando todo olía a muerte, y qué tanto furia y fe cuando al lado solo teníamos ganas de vivir.Les recuerda a diario que hay momentos que no se van nunca, y hay que llorar esa cárcel y derribar los barrotes, y abrazar la quemadura y la llaga, y acariciar lo que somos, porque estuvieron con nosotros para decirnos que somos fuego, llama que no vive de mentiras, llama hecha para salvar la vida, como Luz Idalba, en su esquina de los libros.

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