El camino de la serenidad
Maria Daryery Martínez

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“Respirar en paz para que los demás respiren”.

Cinzia Marulli, Italia.

 “Hay que contar la historia desde el espacio más cercano a la memoria y a través del arte”. La frase resume la charla con María Daryery Martínez Gómez en la Casa de la Cultura de Génova, Quindío, de la que es directora y donde, además, funciona el Museo de la Memoria Histórica, en este, el único municipio del departamento reconocido como sujeto de reparación colectiva, en el marco de los acuerdos de paz firmados entre el gobierno de Colombia y las Farc.

Aunque ella lo asume con muchas reservas, razones no le faltan, hablar del conflicto aquí es inevitable. Sin embargo, empezamos por el origen de su vocación como maestra. No sabía que lo sería y pese a ello es una de las mejores en formación artística en danza, labor que ha desarrollado por 34 años, y eso que cuando empezó, creyó que la invitación que les hicieron a ella y a sus compañeras de colegio a ‘jardinear’ era para podar plantas y sembrar flores de jardín.

Tal vez no se equivocó, porque precisamente lo que hizo desde entonces fue sembrar. Era 1977 y las llevaron trabajar con niños en edad preescolar, cuando no tenían ni idea de cómo orientar a los niños y las niñas. A ella le correspondió un grupo de 35. “Lo que hicimos inicialmente fue bailar y jugar, a los niños les gustó y poco a poco creamos nuevas herramientas para la enseñanza”.

Sin saberlo, María Daryery y sus compañeras fueron las protagonistas del plan piloto de hogares infantiles del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que después se instituyó como parte de los programas del Gobierno para asistir y educar a la primera infancia. Por la misma época el deporte le generaba momentos de satisfacción: se destacó como una de las mejores basquetbolistas del Quindío y participó en unos Juegos Nacionales.

Todo esto ocurría en medio de una tormenta en su corazón. Dolores que tardaron décadas en sanar y recuerdos imborrables producto del conflicto armado que azotó a Génova, así como situaciones familiares que la acompañaron por años.

“Recuerdo a mi abuela en la cocina lavando la loza del almuerzo, cantando las canciones que sonaban en la cantina de don Ciro, mientras mis hermanas y yo jugábamos en el patio. El cántico y el jolgorio eran interrumpidos por el sonar de los disparos, que se daban de una cantina hacia la otra; entonces mi abuela nos encerraba en una habitación”.

Por razones laborales y buscando alcanzar sus sueños y un futuro mejor para su hijo Juan Camilo, salió de su pueblo y se fue del país. Italia la acogió por varios años, por allá en la mitad de los noventa. Laboró duro en medio de los embates de la xenofobia, que pudo lidiar con mucha inteligencia.

De esos años quedaron amigos, experiencias y aprendizajes, un nuevo idioma y la afición por la música napolitana, la que unió al repertorio de los pequeños lujos que no cuestan y que, unidos a la poesía de Pombo, Borges o la de Cinzia Marulli -su poetisa preferida-, la llenan de paz.

Pero no siempre sus días fueron tiempos de calma. El hecho de abandonar su pueblo mientras se vivían años de una violencia que no tuvo límites y que dejó miles de decenas, sumado a las escenas de la guerra en su propia vida como las caravanas de caballos en los que cargaban los muertos de la violencia, que pasaban frente a la casa de sus abuelos, donde vivió; el reclutamiento forzado de niños y niñas, las masacres como la de San Juan y desplazamientos de decenas de familias dejaron una huella profunda que se convirtió en un reclamo para aportar a la paz.

“La llegada al pueblo de las víctimas de la masacre de San Juan marcó para siempre mi vida. Cual película del oeste, pasaron por mi casa los cadáveres a lomo de mula y tras la caravana venía mucha gente a caballo, gritando vivas al Partido Liberal y ¡abajo a los godos!  Vivas acompañados de tiros al aire, escena que fui obligada a presenciar desde un postigo, donde mi abuelo me sostuvo a la fuerza, para que dejara de ser floja y aprendiera a ser ‘verraca’”.

No hay palabras para el dolor. María Daryery lo sabe y decidió que sería su trabajo y sus propios relatos consignados en el proyecto de grado de su maestría en paz, desarrollo y ciudadanía, los elementos que le ayudarían a sanar. Cuando regresó a Génova para retomar labores en la Casa de la Cultura encontró que había que empezar de nuevo. En las instalaciones del lugar funcionaba una emisora y fue recuperado como espacio para la promoción y enseñanza del arte y la cultura.

A la tarea le puso ganas, su vida y su razón de ser. Dotó el sitio con la infraestructura necesaria y conformó las escuelas de formación en danza. Su gestión ayudó a la recuperación de espacios culturales. Luego vino el acuerdo de paz y en la Casa de la Cultura se instaló el Museo de la Memoria. Unos meses después toda la población de Génova fue sujeto de reparación colectiva.

Una pausa en la conversación sirve para sea ella la guía en el lugar. Tomamos aire y ella se para delante del mural donde están escritos los nombres de centenares de personas que murieron como consecuencia del conflicto, da una breve explicación y dice: “Y faltan muchos”. Es imposible no estremecerse. Al lado, en otra pared, una línea de tiempo muestra los momentos más álgidos del conflicto en este municipio cordillerano, y algunas fotografías de los muertos, entre ellas la de Manuel Sicua Hernández, presidente del Partido Liberal de Génova, asesinado entre 1950 y 1960.

“Las imágenes de algunos personajes referidos allí me llevan de nuevo a mi niñez. Están ahí, yo los conocí, uno de ellos me cargaba mientras hablaba con mi abuela, se despidió y en la esquina de mi casa lo mataron. Ahí están sus imágenes, testimonio de esta barbarie. También se registra en este lugar, una pared repleta con los nombres de las víctimas, aunque se dice que faltaron muchos, de los que no se supo más”.

Más fotos, más fechas y más información de muros llenos de datos para que la memoria no se pierda entre los resquicios de la cotidianidad, para no naturalizar lo que el pasó de la violencia dejó. También hay dibujos de habitantes del pueblo que participaron en un ejercicio para expresar en una hoja la imagen que quisieran ver en el Museo. Aparecen frases enmarcadas: “¿Y dónde están los genoveses desaparecidos?”, “Me gustaría tener una imagen con mi abuela”, “Te extraño hermanito, espero tu regreso”, “quisiera tener una foto con mis hijos” …

Lo que ha hecho María Daryery, según sus propias palabras, es empoderar a la gente, a la administración y al municipio. Sus clases de danza van más allá. Su siembra no se detiene y más que lúdica y baile hay charlas y formación en temas como la reconciliación, la convivencia, la paz. Hay un trabajo riguroso desde la comunidad a las víctimas y viceversa. Falta mucho, pero no se da por vencida.  Cree que ahora es más fácil perdonar, pues los jóvenes de Génova hablan de proyectos, de volver al campo, de traer turistas y quedarse en el pueblo, donde pese a tanto dolor, la resistencia ha hecho que la familia no se rompa, que el respeto, el amor y la solidaridad prevalezcan.

“Siempre les hablé a mis bailarines y ahora a los maestros que me acompañan, sobre la importancia y responsabilidad que tenemos frente a la sociedad genovesa. ‘Desde las artes estamos formando hombres y mujeres de bien, tolerantes, incluyentes, para la sana convivencia y la paz’”.

Daryery está en paz. Perdonó, sanó y su vida transcurre con la calma que anheló tantos años atrás, hay suficiente energía para bailar hasta con su mamá, quien a sus 90 años no pierde el ritmo. Valió la pena y el relevo generacional está asegurado. En la Casa de la Cultura de Génova hay nuevas profesoras de danza folclórica que de seguro ya empezaron la siembra en el jardín.

Bambina

Vorrei nascere fiore

colorato come il desiderio

o –  rondine

per inseguire la primavera

e sentire di cosa è fatto

il cielo

Vorrei nascere nuvola

per divenire acqua

e dissolvermi nel vento

eterea e impalpabile

come i sogni

Se proprio

sì, se proprio  devo

nascere donna – allora

vorrei avere sempre

gli occhi di bambina

per guardarmi intorno

con stupore

– per giocare la vita

col sorriso innocente della verità

 Niña

Quisiera nacer flor

coloreada como el deseo

o ‒ golondrina

para perseguir a la primavera

y sentir de qué está hecho

el cielo

Quisiera nacer nube

para volverme agua

y disolverme en el viento

etérea e impalpable

como los sueños

Si realmente,

sí, si realmente tengo

que nacer mujer ‒ entonces

quisiera tener siempre

los ojos de niña

para mirarme en torno

con asombro

‒ para jugar la vida

con la sonrisa inocente de la verdad.

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LIBERTAD