La máquina de sueños

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Ximena Mejía Escobar habla siempre en plural. 

Quienes la rodean saben que eso tiene que ver con su sentido solidario y de otredad.  Una buena costumbre heredada especialmente de su familia y quizá del grupo de colegio con el que hizo las primeras funciones de teatro en ancianatos de Armenia, interpretando al rey en la obra La Piedra de la Felicidad.

Un día quiso estudiar violín. Como en la oferta del Instituto de Bellas Artes no estaba, el teatro la seguía persiguiendo, y ella, más terca que nunca, se enamoró del proceso y le comunicó a su familia que se iba a estudiarlo a Cuba.  Ellos la habían mandado con anterioridad en una excursión, y a escondidas, se presentó en el Instituto Superior de Artes, donde fue elegida.

Sentada luego en la mesa de su casa, frente a algunos cuestionamientos familiares por elegir una carrera que no daba dinero, su mamá la alentó diciéndole que estaría muy bien elegir hacer las cosas de corazón. Ximena empezó a romper paradigmas, y hoy en su familia hay abogados, administradores de empresas, pero también artistas, diseñadores, fotógrafos.

Sentimiento y pasión es lo que ha impregnado a cada uno de los procesos en su vida personal, teatral y social. Con su compañero de aventuras y director, Leonardo Echeverri, sentados en el malecón de La Habana, decidieron que azul era el futuro y Teatro Azul el nombre y apellido de su intención de vida.

Han pasado 25 años de logros y empeños de Teatro Azul.  Ximena se formó como Economista, luego de abandonar en varias oportunidades para ir a presentarse en diferentes escenarios del mundo, y de tomar por sorpresa a los profesores de matemática financiera diciéndoles que no volvería a clase por ir a presentar sus obras a Alemania. 

Luego, y ante la necesidad de que la gestión cultural tuviera un impacto mayor, se formó con una beca en la Universidad Complutense de Madrid, como máster en gestión de empresas e instituciones culturales, y en la Universidad Ortega y Gasset como máster en gestión pública y políticas culturales. 

Todo lo aprendido lo ha traído para beneficio de Armenia y el Quindío, porque para ella el teatro es amor, servicio y entrega en una ciudad que no tiene teatro municipal.  “Los artistas tenemos que aprender a gestionar para que todo salga a flote, aunque muchos de esos esfuerzos nos quiten tiempo creativo”, añade.

Ha tenido el privilegio de estar en 11 países con las mujeres de Teatro Azul, y su esposo y director. Vibran como en una familia, con la emocionalidad de cada obra, con las pérdidas, las despedidas, los aprendizajes.

El teatro es para Ximena, el motor de esa máquina de sueños que un día echó a volar con disciplina y convicción, a contracorriente, entregando un teatro que consideran necesario para la vida, para conectar con lugares seguros, para no callar más lo que otros no se atreven a decir.

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