El impulso de la bondad
Maria Clementina Murillo

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Ver a Colombia en paz seguirá siendo la lucha de María Clementina Murillo Mejía, porque quiere que sus nietos y las nuevas generaciones disfruten de un entorno libre de violencia.

En sus ojos verdes y en su sonrisa, María Clementina Murillo Mejía tiene una luz que solo refleja bondad. 

Es una mujer fuerte y decidida. Habla duro de sus experiencias y lo hace con suprema autoridad moral, porque cuando los días resultan iguales para todos, en ella siguen siendo el momento necesario para percibir las cosas buenas de la vida.

No cualquiera lo logra después de recordar una fecha como el 25 de octubre de 2001, noche en la que 250 guerrilleros de los frentes 50 y 21 de las Farc, al mando de alias Enrique, se tomaron el municipio de Pijao, ubicado en lo alto de la cordillera quindiana, incursión que la dejó como una de las víctimas.

Las esquirlas de un cilindro bomba mutilaron, literalmente su pierna, pero nunca el libre vuelo de su pensamiento, la fe en Dios, el amor por su familia, la enorme capacidad de salir adelante y sobre todo, de trabajar para que los demás superen sus dolores, se limpien las lágrimas y pierdan el miedo a hablar.

Un mes antes, todos en el pueblo comentaban sobre la probable toma. Había alerta temprana y se sentía la tensión, el hostigamiento.

Esa noche, María Clementina, quien se desempeñaba como impulsadora de la oficina de Caprecom, preparaba los papeles de su contratación y esperaba a su hijo Alexánder, en el bar La Cascada, cuando cerca de las 7:00 de la noche escuchó un ruido fuerte. 

Supuso que era el movimiento de unas latas de zinc, pero de repente, se sumaron los gritos de las personas del pueblo anunciando la llegada de hombres con uniformes militares, botas pantaneras y una bandera de Colombia en el brazo.

Se escucharon dos fuertes explosiones, y la sede de Bancafé y la de Apuestas Ochoa fueron asaltadas. Una noche de terror emprezó a vivirse. 

13 horas duró la toma guerrillera en la que el pueblo quedó devastado y se generaron daños en su infraestructura por más de $3.000 millones.  Unidades de contraguerrilla se desplazaron a la zona, y 15 civiles y 3 policías resultaron heridos tras los impactos al comando de Policía y la Iglesia.

Protegida aún en el bar, sus ojos registraban lo que ocurría afuera y el fugaz instante en el que los niños atrapados temporalmente con ella, salieron para intentar buscar a su padre.  El instinto, la fuerza protectora la obligó a ir tras ellos y fue ese el momento en el que explotó un segundo cilindro bomba en el aire y la esquirla que pegó en la pierna impidió de inmediato que pudiera pararse.

Sintió una especie de frio que luego se le fue instalando en el resto del cuerpo y que congeló por un tiempo su corazón.  La auxiliaron en silencio, le hicieron un torniquete para no despertar sospechas entre los guerrilleros que aún permanecían en el pueblo, hasta que el dolor fue insoportable. Una de sus piernas colgaba, y Clementina, tirada en el suelo, no podía aún dimensionar los cambios que se avizoraban.

Trató de ponerse en pie y sintió un hueco.  No había nada de energía, ni en las redes de todo el pueblo, ni en su cuerpo, que se disminuía sin control.  Le preguntó a Dios qué estaba sucediendo, y mientras tanto, sus ojos se cruzaron con la mirada que el comandante Enrique ocultaba en el pasamontaña, y con el ligero susto de los niños guerrilleros que cargando su fusil, la arrastraron en unos costales y la llevaron hasta el hospital del pueblo.

Como la incertidumbre, la sangre salía a chorros, hasta que los insurgentes dieron la orden de trasladarla al hospital de la capital del departamento, donde no pudo evitar decirle al médico que no la dejara morir.

Sobre las 10 de la noche terminó esta primera intervención, en la que le amputaron la pierna.  Ver luego a sus hijos Alex y Oscar, y a su hermano Joaquín Pablo, fue en adelante el bálsamo que le permitió reconstruirse, mientras transcurrieron 12 cirugías en 36 días.

Salir fue volver a empezar. Recuperar el equilibrio, no solo de su cuerpo, sino el centro de un alma que nunca ha desfallecido, ni maldecido, que sabe que aún en medio del dolor, queda mucho por hacer.

Las motivaciones personales y sociales de María Clementina cambiaron.  Caminar por el mundo ha sido desde ese día, un paso a paso de paciencia y convicción, pues nunca hizo terapia, y mucho menos, tuvo un esquema de seguridad propio,  a pesar de dedicar su vida a la defensa de las mujeres y las víctimas del conflicto.

Jamás ha perdido su sentido crítico, por el contario, se ha formado en temas de interés, y hasta cumplió el sueño de terminar el bachillerato estudiando en jornadas sabatinas. Ese fue el inicio de un gran proceso de defensa de los derechos humanos, que hoy la lleva a hablar de tu  a tu con líderes, gobernantes y representantes de la sociedad civil, como lideresa e integrante de la mesa departamental de víctimas.

Pero el gran mensaje de María Clementina es de empatía y solidaridad. María Clementina es el ejemplo vivo de cómo salir adelante, dignamente, superando las atrocidades, perdonando en gratitud con la vida y recordándose a sí misma que es una mujer más grande que sus circunstancias, más grande que cualquier cosa que le pueda ocurrir.

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